Fotografía y cuerpo: quién decide qué es bello hoy
- maria65405
- hace 1 día
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Vivimos en una era de saturación visual. Cada día, millones de imágenes atraviesan nuestras pantallas, nuestras conversaciones y hasta nuestras emociones. El cuerpo, esa materia viva, imperfecta, diversa, se ha convertido en un escenario donde se libra una de las batallas más sutiles y más poderosas de nuestro tiempo: la lucha por decidir qué es bello y quién tiene derecho a serlo.
La fotografía, desde sus orígenes, no solo ha capturado esa idea: la ha moldeado. Cada encuadre, cada rostro y cada gesto han contribuido a definir los límites de lo deseable, lo visible y lo aceptable.
Hoy, en pleno siglo XXI, vale la pena detenernos a mirar con más calma: ¿Quién decide lo que es bello? ¿La cámara, el fotógrafo, el algoritmo o la mirada colectiva que valida una imagen con un clic?
ÍNDICE:
1. El ojo que dicta la belleza

Desde el daguerrotipo hasta Instagram, la fotografía ha sido el espejo y el laboratorio de la belleza. Cuando el retrato fotográfico nació en el siglo XIX, no solo sustituyó al lienzo: democratizó el acceso a la representación. Pero esa democratización fue parcial. Las clases altas, los rostros blancos, los cuerpos “educados” seguían dominando el espacio de lo visible.

A lo largo del siglo XX, la fotografía consolidó su poder cultural. Las portadas de revistas, las campañas de moda y la publicidad convirtieron la imagen en una herramienta de aspiración social: lo bello se asociaba a lo joven, lo delgado, lo normativo. El ojo del fotógrafo, con su técnica y su poder simbólico, establecía qué merecía ser deseado.

Y sin embargo, dentro de esa misma historia, hubo siempre fotógrafos que desobedecieron: Diane Arbus retratando cuerpos fuera del canon, Nan Goldin mostrando la intimidad y la crudeza del deseo, Peter Lindbergh devolviendo a la moda una belleza sin artificio. Cada uno de ellos cuestionó, a su manera, el ojo que dicta lo que es bello.
2. Breve historia visual de la belleza
La belleza no ha sido un concepto estable: ha cambiado con la historia, la política y la tecnología. En el Renacimiento, la proporción era sinónimo de perfección. Durante la Ilustración, la piel pálida y el cuerpo contenido hablaban de virtud y estatus. En el siglo XX, la fotografía industrial y la publicidad transformaron la belleza en mercancía.
Con la llegada del cine y la televisión, el cuerpo ideal se volvió móvil, medible y global. Los rostros de Hollywood, las supermodelos de los 90, las campañas de perfumes: todo respondía a un ideal que pretendía ser universal. Pero cada época tuvo también sus rupturas: la moda punk, la fotografía documental, el arte corporal de los 2000 que mostraba cuerpos tatuados, heridos, transfigurados.

Hoy, asistimos a una nueva era: la belleza líquida, mutable y expandida, donde cada usuario puede ser creador, modelo y público al mismo tiempo. Sin embargo, incluso esa aparente libertad está mediada por sistemas invisibles que deciden qué imagen llega a más ojos.
3. El poder de la mirada: quién mira y quién es mirado
Toda fotografía es una relación de poder. Hay un ojo que mira, y un cuerpo que se deja mirar o que es mirado sin poder elegirlo. John Berger, escritor y crítico de arte británico, lo explicó magistralmente:
“La forma en que miramos está condicionada por lo que sabemos y creemos".
Durante décadas, la mirada fotográfica fue mayoritariamente masculina, blanca y occidental. El cuerpo femenino, en particular, fue representado como objeto de deseo; el cuerpo masculino, como símbolo de fuerza o control. Pero detrás de cada clic había un conjunto de convenciones: la luz que acaricia o disimula, el ángulo que realza o invisibiliza, el silencio que sugiere.

En la actualidad, las redes sociales parecen democratizar la mirada: cada persona puede retratarse a sí misma. Pero también existe una nueva presión, la de la autoedición, la del algoritmo que premia cierto tipo de rostro o pose. La autorretrata contemporánea, lejos de ser totalmente libre, a menudo responde a los códigos de aprobación del público digital.
Mirar con conciencia se ha convertido, hoy más que nunca, en un acto político.
4. Los algoritmos del deseo: la belleza programada
En la era digital, la belleza ya no se decide solo por los fotógrafos, sino por los algoritmos. Las plataformas analizan millones de interacciones y aprenden qué tipo de rostros, cuerpos o colores generan más atención. El resultado es un ideal estadístico: una belleza programada por la lógica del engagement.
Filtros que suavizan la piel, afinan el rostro o agrandan los ojos. Apps que ofrecen versiones “mejoradas” de uno mismo. Inteligencias artificiales que generan modelos irreales con cuerpos perfectos y expresiones sin alma. Todo esto construye una estética hiperrealista, estandarizada y deshumanizada.

La IA no solo interpreta la belleza, la produce. Y con ello, introduce una nueva forma de control simbólico: ya no se trata de quién toma la foto, sino de quién diseña el algoritmo que decide qué imagen tendrá visibilidad.
El desafío contemporáneo está en recuperar la sensibilidad humana dentro del flujo automatizado. Frente al brillo inalcanzable del píxel, la arruga, la sombra o la mirada imperfecta se vuelven un gesto de autenticidad.
5. La resistencia: nuevas miradas sobre el cuerpo
A pesar de esta homogeneización visual, surgen cada día proyectos y artistas que reclaman otras formas de ver. Fotógrafos que retratan cuerpos no normativos, campañas que celebran la diversidad de edades, pieles, géneros y capacidades. Movimientos como el body positive, el body neutrality o la fotografía documental feminista están desafiando los antiguos códigos del deseo. Si quieres ver un ejemplo de cómo utilizan esto las marcas, te recomendamos leer: Así se piensa una campaña: Una guía crítica del proceso creativo, con el caso Dove como espejo.
En Latinoamérica, fotógrafas como Laia Abril o Yvonne Venegas han explorado la identidad y el cuerpo desde perspectivas críticas; en África y Asia, creadores emergentes están resignificando la belleza a través de tradiciones locales y estéticas propias. Internet, aunque contradictorio, también se ha convertido en una herramienta de visibilidad: nuevos cuerpos, nuevas narrativas, nuevas voces.

Esta resistencia visual no busca reemplazar un canon con otro, sino multiplicar los espejos. Mostrar que lo bello puede ser múltiple, cambiante, subjetivo. Que el cuerpo no necesita permiso para ser visto como digno.
6. El rol del fotógrafo hoy

En este panorama, el fotógrafo contemporáneo es más que un creador de imágenes: es un agente cultural, un narrador de sensibilidades y un mediador entre tecnología y humanidad.
Su tarea ya no consiste únicamente en dominar la luz o la composición, sino en entender la ética de la mirada. Cada fotografía implica una decisión: qué mostrar, cómo mostrarlo y con qué intención.
¿Reproducimos estereotipos o los cuestionamos? ¿Miramos desde la empatía o desde el poder?
El fotógrafo puede elegir ser parte del ruido o del cambio. Puede usar la cámara para perpetuar un ideal inalcanzable o para abrir un espacio de reconocimiento y respeto hacia todos los cuerpos. La técnica importa, sí, pero hoy más que nunca importa desde dónde se mira.
La fotografía, en su mejor versión, no solo captura la belleza: la redefine.
Epílogo: volver a mirar
Quizá la pregunta no sea quién decide qué es bello, sino qué mirada queremos construir juntos. La belleza, liberada de los dogmas, puede volver a ser un lenguaje de empatía, una forma de encuentro entre cuerpos diversos. Cada fotografía puede ser una oportunidad para recordar que ver es también cuidar, y que el verdadero poder de la imagen no está en imponer una forma, sino en abrir un diálogo.
En tiempos de cámaras omnipresentes y algoritmos que clasifican el deseo, la mirada humana: lenta, consciente y sensible; se convierte en un acto de resistencia. Porque la belleza, cuando es libre, ya no se dicta: se descubre.
¿Y tú, qué opinas?
Nos encantaría conocer tu punto de vista. ¿Crees que la fotografía puede ayudar a cambiar la forma en que entendemos la belleza? Déjanos tu comentario abajo.
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